Ese hombre pese al paso de los
años
nunca pudo sentir la vida misma,
no tenía corazón,era de piedra,
buscaba importunarlo y me reía.
No entendía por qué ya en el
ocaso,
amarrado a la fama de sus días,
reclamaba del mundo más aplausos
recordando sus glorias ya marchitas.
Mordaz y de finísimo intelecto
por alguna razón no conocida,
sacaba de mi ser lo más perverso
su luz menguante sombras esparcía.
No es posible jugar el mismo
juego
ya no importa quien gana la
partida,
que al corazón grabado en aquel pecho
le tallen sentimientos de mentira.
Generosa Valdez.


