Los párpados, bastión de sus pupilas,
reteniendo la luz de aquellos astros,
refugio de alegrías y tristezas,
no supo detener tan vil asalto
La pestaña evadiendo las fronteras,
osada se enredó en el nicho blando;
testigo presencial de horrenda lucha,
lo abandoné sin intentar salvarlo.
¡Era su ojo y no el mío el que sufría!
e indolente miré y seguí mirando,
mientras cansados pasos del camino,
distanciaban mi ser de sus encantos.
Ya no importaban párpados, pestañas…
era
ajena la luz de aquellos astros.
Generosa Valdez

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